«Extremos»: Tres mujeres y la bestia al borde de los extremos

Crítica a la obra «Extremos», de Teatro Estudio Internacional, que se presenta hoy alas 8:30 p.m., en la Sala Ravelo, por última vez.

La irrupción del deseo más animal, de la pulsión más bestial, en la aparente calma de los suburbios es un tópico muy bien trabajado por el cine norteamericano, desde los «thriller» hasta los policiales. Si a este malestar se lo lleva al teatro y se le suman todas las miserias humanas que se liberan de las personas que ostentan normalidad, un ambiente (mico y datos estadísticos que documenten los hechos, estamos en presencia de todo un estilo de corte sociológico y sicologista que se remonta a O’Neill, Williams, Miller y hasta Sheppard, con algo de la relectura de Brecht a cargo de Weiss.

«Extremos» de William Mastrosimone no escapa de esta clasificación, pues tenemos a un violador que rompe la calma, una mujer que no llega a ser violada pero que libera una serie de sentimientos tremendos, dos amigas que también destilan sus propios prejuicios y miserias, diálogos sobre las estadísticas policiales y judiciales, pero sobre todo aparece la frustración frente al sueño americano.

La pieza es contemporánea, por lo tanto agrega otros elementos de conflicto social como el sexismo (por momentos las conversaciones entre el violador y la mujer son idénticos a los de una pareja de esposos), la justicia por la propia mano y cuestiones de ética frente a la vida. Sin embargo, al ser traducida y adaptada a nuestra lengua y por ende a nuestra cultura «latina en Norteamérica» agrega un ingrediente trágico aun más fuerte.

La compañía Teatro Estudio Internacional ya se ha presentado en Santo Domingo con otros dos montajes: «Yerbamala» y «La señorita Julia», de alguna manera ambas recogen esta misma atmósfera, esta misma intención, aunque con claves diferentes, de mostrar con el microscopio las pasiones humanas y lo que ellas despiertan. «Extremos» se mantiene dentro de este planteamiento estético e ideológico, el cual se apoya fuertemente en el alcance certero de las actuaciones, en este caso de corte hiperrealista. El público siente hasta la respiración, los latidos, la furia que crece en cada uno de los invitados a esta fiesta siniestra.

La historia se desprende de los diálogos y las acciones, del contraste entre los hechos y la simulación escenográfica de un hogar campestre apacible, de las manipulaciones, de las idas y vueltas y de los extremos a que llegan los protagonistas. La verosimilitud que alcanza la obra radica, fundamentalmente, en el trabajo de construcción de personajes que ha hecho el director Mario Colón con sus actores. Coco Núñez, la mujer que intenta ser violada, lleva esta carga a la perfección: se sube cuando amerita, baja, ironiza, está segura y duda. Pero sobre todo, sabe colocarse en el lugar perfecto para ser la verduga y la víctima, la intolerante, la loca, la provocadora y, finalmente, es la única que comprende, porque estuvo del otro lado, cruzó la raya, salió de su modorra pequeño burguesa y se atrevió a odiar a querer matar. No hay duda que su actuación es en extremo profesional. Roy Arias, el violador, destila entrenamiento corporal y vocal. Se transforma en la bestia desde un lugar lastimoso, desde la visión de un campesino cibaeño en Nueva York, desde la ilegalidad de la legalidad, desde el enorme dolor de querer y no poder, desde el niño al que no lo dejan salir a jugar porque todas esas muñecas son de los otros. Juega con la postura corporal del servidor embrutecido y la del tigre resentido y traicionado por su propia génesis. En su caracterización se patentiza esta dualidad casi sicopática que desata el conflicto real de la obra, que sin duda no es el intento de violación.

Isabel Polanco y Mirtha Martín aparecen en escena (llegan a la casa que comparten las tres) y con sus respectivas idiosincrasias comienzan a participar de algo que no quieren: la tortura que le propina la víctima al supuesto victimario. Isabel Polanco, por momentos sobreactúa su aniñado personaje y falla en el clímax de su propia interpretación: cuando revela que fue violada por el padre de su mejor amiga. Es evidente que no es fácil sostener esa confesión en medio de tanta tragedia. Tal vez el error radica en el texto, tal vez se extiende demasiado y los personajes secundarios debieron ser catalizadores, no agregar sus propios conflictos.

Mirtha Martín exagera su propia nacionalidad. No lo hace mal, pero por momentos no se puede saber a ciencia cierta si ha construido este personaje o si lo trae puesto. Como sea, su participación agrega algo de la visión omnipotente y delirante, que tenemos los argentinos, de las situaciones conflictivas. Visión que lleva los anteojos (espejuelos) del sicologicismo a ultranza y desmedido, visión, que por otra parte, muchas veces no quiere cederle el paso a la realidad. Ella todo el tiempo intenta instaurar sus propias reglas, haciendo creer de manera paternalista, que le está haciendo caso a los otros.

La puesta en escena se puede catalogar de buen trabajo, a pesar de la extensión desmedida del texto, de algunos momentos de extrañamiento innecesarios y de la poca propuesta metafórica del autor, aunque no podemos negar la originalidad en el vuelco de la situación. Las tres mujeres y la bestia logran empujarnos a un borde, a cualquiera de los extremos que nuestra sensibilidad y razonamiento nos permitan alcanzar.

Publicado originalmente en la sección «DESDE LA PLATEA», del suplemento dominical «Ventana» del periódico Listín Diario, Santo Domingo, República Dominicana, el 19 de agosto del 2001.


Published in: on 5 enero 2009 at 11:57 am  Deja un comentario  
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