Sí, obviamente, después
de quedarme sola,
lloré.
Lloré ni bien Julieta
se quedó detrás de la puerta
que ella misma cerró
detrás de sí.
Lloré ni bien Patricia
cerró el teléfono
y antes hablamos
de mi novella,
y del tío Julio
y de mi papá, el suicida,
y de mi mamá, la muerta,
y de mi hermano, el asesinado.
Lloré sola,
y vi, claramente, el hilo rojo
que entreteje la trama narrativa
que es la vida,
o mi vida que,
a veces,
sólo a veces,
coinciden.
Está ahí abajo,
halando y uniendo pedazos,
recortes de imágenes que se agolpan
en esta última mañana en Buenos Aires
que confunde
el tiempo y el espacio,
que anula
casi veinte años de ausencia.
Quince años llorando por otra cosa.
Cinco años aguantando el llanto.
Obviamente,
cuando me quedo sola,
lloro.
Lloro porque ya no quiero evitarlo.
Lloro mientras desenredo el hilo rojo
enchastrado, embarrado de sangre,
que va narrando la novela
que es nuestra vida.
Una vida
para llorar a solas,
muy a solas.
Una vida
que da hasta verguenza
contársela al sicólogo.
Una vida
que nadie
se merece escuchar.
Una historia
tejida a dos agujas,
con ebras de hilo teñido,
con la tinta roja
del tango
que eligió Calamaro
para nombrar su último CD.
Un abuelo, el judío,
cantaba milongas.
Otro abuelo, el anarco criollo,
era un bailarín atorrante.
El hilo rojo de la narración familiar
está salpicado de tango y,
en algún momento,
eso nos jodió la alegría,
y yo, como pitonisa al fin,
lo padezco en el cuerpo.
Hay un tranque
y está en el tango,
en la tinta roja.
El relato es irónico,
el hilo narrativo está empapado
con la sangre de un recuerdo
que no se puede olvidar
porque etá oculto
en algún rincón
húmedo
de La ideal.
Para más referencias:
Esmeralda esquina Corrientes.
En La esmeralda
me encontré con Patricia
antes de hablar por teléfono.
Cuando me quedé sola,
obviamente,
lloré
justo después
que Julieta se quedó detrás de la puerta
y Patricia del otro lado del auricular.
Me tengo que ir a despejar
mis melancolías tropicales.
Bs As
6-11-06