Cuando el dictador que había sido legalmente juzgado por sus crímenes y sentenciado por una corte que estaba avalada por un estado de derecho se tropezó con una piedra y cayó en el patio de la prisión donde cumplía su condena a cadena perpetua, el guardia de seguridad le pateó sutilmente las costillas.
Desde el piso el dictador lo miro como solo saben mirar los dictadores y le dijo: «Es solo una cuestión de tiempo, hace treinta años atrás habrías trabajado para mí.»
El guardia lo siguió pateando.